A lo largo de este artículo, hemos hecho declaraciones imprecisas, otras que debían tener toda clase de calificaciones y salvedades adjuntas a ellas y algunas otras, pueden ser terminantemente falsas. A falta de suficiente información y por la necesidad de la brevedad se nos hace imposible formular nuestras afirmaciones más precisamente o añadir todas las calificaciones necesarias. Y, por supuesto, en una discusión de esta naturaleza uno tiene que confiar excesivamente en un juicio intuitivo y eso algunas veces puede estar mal. Por lo que no pretendemos que este artículo exprese más que una ruda aproximación a la verdad.
Con todo, estamos razonablemente seguros de que el boceto general del cuadro que hemos pintado es más o menos correcto. Hemos retratado al izquierdismo en su forma moderna como un fenómeno peculiar de nuestro tiempo y como síntoma del colapso del proceso de poder. Pero posiblemente podemos estar equivocados sobre esto. Los tipos sobresocializados que intentan satisfacer su impulso por el poder imponiendo su moralidad a todo el mundo ciertamente han estado dando vueltas desde hace tiempo. Pero PENSAMOS que el papel decisivo jugado por los sentimientos de inferioridad, la baja autoestima, la impotencia, la identificación con las víctimas de gente que no son víctimas, es una peculiaridad del izquierdismo moderno. La identificación con las víctimas de gente que no son víctimas se puede ver en cierta extensión en el izquierdismo del siglo XIX y en el cristianismo primitivo pero, hasta donde lo podemos explicar, los síntomas de baja autoestima, etc., no eran casi tan evidentes en estos movimientos, o en ningún otro, como lo son en el izquierdismo moderno. Pero no estamos en una posición como para alegar con seguridad que ninguno de dichos movimientos haya existido antes junto al izquierdismo moderno. Esta es una pregunta significativa a la que los historiadores deberían prestar su atención.